Sin fronteras...

La experiencia de Magdalena Goyheneix puede servir de inspiración para nosotros, laicos misioneros que perseguimos un carisma ad gentes, más allá de las fronteras.
Esta médica argentina, laica, nos cuenta un poco de su misión más allá de las fronteras.


Hola gente del blog! Hace unos días, Aldo (de Martín Coronado) me pasó un mail con un video sobre un testimonio de misión más allá de las fronteras. Le pareció buena idea publicarlo en el blog para ponerlo a disposición de todos los que frecuentan este medio. La verdad que el testimonio de esta persona no tiene desperdicio. Yo fui un poco más allá y, buscando en Google, di con una entrevista realizada para el diario La Nación que nos amplia la experiencia de esta médica argentina. Los dejo con ambas cosas, el video y la entrevista.
Marcos Valdez, lmc




Diario de una joven pediatra al límite

Chad, domingo 26 de agosto de 2007

Hoy fue un día duro en Am Timan. (En) el hospital había un chiquito que se estaba muriendo, se nos escapó de las manos, a los dos minutos de llegar se murió enfrente nuestro... Tenía una neumonía y ya no había nada para hacer, fue muy triste. Después vimos otro con malaria severa que también se murió, y una tercera chica con un abdomen agudo quirúrgico, que parecía perforado. No pudimos encontrarle una vía ni ponerle una sonda vesical, lo único que pudimos hacer fue darle morfina subcutánea. Ojalá salga bien.

En su choza pequeña y mal ventilada, sobre el ínfimo colchón tirado en el piso de tierra roja y debajo del mosquitero, Magdalena Goyheneix dejó el diario que estaba escribiendo, puso la cara entre las rodillas, abrazó su cabeza con ambas manos y empezó a llorar. Hacía menos de 24 horas que había llegado al Africa, a Chad, en la misión argentina de Médicos Sin Fronteras y se preguntó si sería capaz de soportar tanto olvido.

Ella, dice, había estudiado medicina en la Universidad de Buenos Aires justamente para "esto". Y "esto" -sanar, remediar, curar y ayudar- es tan imposible en ese pueblo innombrable como conseguir agua potable o comida; evitar la violencia de género, la muerte por desnutrición, las mordidas de las hienas. Nada podía hacer ella, nada, ni siquiera contra esas enfermedades "comunes" que en otros países del mundo se curan con antibióticos de un dólar. Pero los antibióticos en Africa son menos frecuentes que los diamantes.

Male, como la llaman todos, se consoló durante sus primeros días africanos escribiendo ese diario que hoy, en su departamento de San Isidro, mate de por medio, nos confía.

Como nos confía el pequeño angelito de yeso pintado de colores que fue su amuleto durante toda la campaña, incluso cuando caminaba entre las balas, la perseguían para echarla, ayudaba en un parto difícil o se sentía morir por la malaria que la tuvo tirada como a un perro rabioso del que todos escapaban.

Male es tan pequeña que, como ella misma dice a carcajadas, "estudié pediatría porque con este tamaño sólo un nene puede creer que soy médica". Tiene 33 años, es flaca como un fideo, sencilla, humilde, risueña y valiente sin concesiones. Porque con su metro cincuenta y dos de humanidad tuvo a cargo un hospital en Níger, donde atendió a 280 chicos internados por desnutrición aguda severa, uno de los males más comunes en ese continente misterioso, asediado por las hambrunas, las guerras, la corrupción, el sida y el implacable hombre blanco.

Jueves 6 de septiembre de 2007

Ya pasó más de una semana y las cosas van cambiando (¿o yo voy cam­biando?). Todo me parece un poco más "normal". La casa, los bichos, el baño, la comida, el calor, la tierra, los sonidos, los colores. También para la gravedad y el estado de los pacientes, creo que bajé el umbral, pero no termino de "acostumbrarme" (aunque tampoco creo que sea bueno) a ver tanta gente necesitada o sufriendo. No siempre es mucho lo que podemos hacer, ni tampoco son claros los diagnósticos; caminamos un poco a ciegas, con intuición y tratando de cubrir lo más grave (...). Es una cuestión de practicidad: de defender la vida con pocas armas pero con astucia, fuerza, ganas y esperanza. Se ganan algunas batallas y eso te hace sentir que vale la pena la lucha; frente a otras estamos totalmente desarmados, y son nuestros pacientes, sus mamás y su apego a la vida los que luchan hasta el fin. Estoy impresionada por la resistencia humana, pero no orgullosa de eso: querría que esta gente no tuviera que "resistir" tanto, aligerarle un poco la carga...

Male cree que decidió estudiar medicina para curar a gente como su tío Jorge, un hombre que padecía esquizofrenia y que lloraba desolado delante de ella cuando todavía era una nena. "Me daba tanta pena que me dije «tengo que acompañar en el dolor»." Entonces ingresó en la carrera, se recibió con honores y casi 10 de promedio y salió a la vida como médica en diciembre de 2001, cuando el país se cayó a pedazos.

"Fue duro -dice-, porque no sabía muy bien qué quería ser y hacer. Me gustaba la infectología, pero estaba segura de que lo mío era hacer lo que hago ahora en Médicos sin Fronteras: llegar a la gente que no tiene acceso a la salud, a las personas que sufren, a los que se quedaron fuera del sistema."

Y sabía de lo que hablaba porque, mientras sus amigas veraneaban en la costa después del primer año de medicina y con 20 años, ella se tomó un avión a Calcuta para conocer a la Madre Teresa y estuvo 10 días con ella, ayudando en lo que podía. "Ahí fue donde entendí que uno tiene que reconocer el Calcuta que lleva en el corazón y servir a ese fin."

Y cuenta Male que ingresó a hacer la residencia en el hospital Gutiérrez en plena crisis, que le tocó atender a una mamá adolescente que tenía a su bebe con fiebre alta desde hacía una semana, pero, por no tener termómetro, no se la podía tomar. "El nene estaba con bajo peso, una neumonía severa, y ella no sabía de nada. Me pareció tremendo que estuviéramos para tapar baches y no para llegar antes de que sucediera."

Entonces la crisis la atrapó a ella: empezó a sentirse mal con lo que hacía, dudaba de que esa fuera la vocación, no sabía quién era ni qué quería y renunció al Gutiérrez, que para un pediatra es como para un escritor renunciar al Pulitzer. Y empezó, dice, la búsqueda de su Calcuta interior. Se puso en contacto con un cura salesiano que tenía una misión en Angola para ver cómo podía ayudar a calmar y paliar el dolor ajeno, "y él claramente me aconsejó que me formara como pediatra", de modo que, luego de tanta búsqueda, en 2002 volvió a rendir examen e hizo la residencia en el Hospital Italiano, de donde egresó en 2007.

"Ya había entrado en la página de Médicos [Sin Fronteras] en 2006 y sabía todo lo que tenía que hacer. Me acuerdo de que partí el 27 de noviembre, día de la Medalla Milagrosa, la medallita que me había regalado la Madre Teresa cuando estuve en la India. Me acuerdo mucho de ella, entre otras cosas, porque medíamos lo mismo."

-Te fuiste a otro mundo.

-No, no hay que decir eso, hay que decir que me fui a otra realidad.

Esa realidad es ver a cientos de desplazados caminar muchos kilómetros para ser atendidos, dejarse caer debajo de la sombra del único árbol que hay en varios kilómetros y esperar que esos médicos extranjeros los elijan a unos sí y a otros no para atenderlos. "Es tremendo -dice Male- porque de verdad hay que elegir, y uno lo hace sobre la base de cuál está peor. Muchos venían con lanzas en las manos porque suelen ser atacados por hienas durante las caminatas, que a veces duran días." Male es una mujer espiritual, y se ocupa de mantener esa parte importante de su vida bien al día. Es católica, pero en Africa aprendió mucho del animismo, de los musulmanes y del budismo, de modo que cualquier deidad, espíritu, angelito que le devuelva la respiración a uno de esos chicos que debió cuidar le viene bien. Por eso, en sus e-mails escribía:

"Tenemos internados a 180 chiquitos, y esperamos en dos semanas el famoso pico, como le dicen acá, que es el período alto de actividad relacionado con la falta de comida y que se refleja por un aumento tremendo de la desnutrición, y se habla que podemos llegar a tener hasta 400 chicos internados! Tenemos lo básico y sobre todo la fortaleza y la esperanza de las mamás y los chiquitos que luchan por sobrevivir, eso no deja de conmoverme cada día, es una de las cosas que admiro de la gente a la que le toca vivir una realidad tan dura. Imagínense que teniendo 180 chiquitos que alimentar y tratar para sacar de la desnutrición, también tenemos 180 madres que alimentar y que tienen que vivir acá por a veces dos, tres o cuatro semanas según el caso... así que para eso tenemos desde asistentes nutricionales, enfermeros, médicos laboratoristas, cocineros y un asistente social que es uno de mis preferidos. Se llama Soumana, está siempre disponible para arreglar todos los problemas que se puedan imaginar, desde darle ropa a las mamás que llegan sin nada, hasta convencerlas de no abandonar el lugar porque el marido las presiona para que vuelvan a trabajar en la casa o porque tienen miedo de que el marido se vaya a conseguir una segunda esposa."

Chad fue la primera misión de Male, que transporta sus 43 kilos por Buenos Aires en una Vespa de 1956, con un casco rojo que tiene estrellitas.

Allí, en Chad, la joven la médica vio de cerca a las madres casi arrastrándose para llegar al centro donde ella atendía, tal vez con llagas en los pies y con heridas de guerra.

En Níger, adonde arribó en 2009, las cosas eran más alucinantes: mujeres mutiladas por la circuncisión del clítoris, HIV, desnutrición, violencia doméstica, y el extremo cuidado de los médicos para no ofender la cultura musulmana de sus pacientes y así ganarse su confianza para poder salvarles la vida.

"Nosotras nos cuidábamos mucho con ellos para no ofenderlos; por ejemplo, nos tapábamos los hombros, las piernas, y aprendíamos algunas palabras en árabe para poder comunicarnos. Eso les gustaba mucho a las mamás y nos sonreían. Porque no es verdad eso que dicen de que en Africa son todos tristes, no; son gente castigada, pero con una alegría inimaginable."

Como inimaginable es esta mujer menudísima en esa tierra de todos, examinando estómagos hinchados por el hambre, pero comunicándose con sus pacientes "con el idioma universal, la sonrisa", como aclara.

"Yo me enamoré de Africa y me dolió mucho no poder despedirme de todos", asegura Magdalena mientras recuerda situaciones y momentos sumamente difíciles.

-¿Por qué no pudiste?

-Porque hubo un intento de golpe militar, estuvimos trabajando bajo fuego y me contagié malaria. Además, estaba tan mal que me evacuaron de urgencia, con el suero puesto.

Níger, 1° de febrero de 2008

Impresionante, hace ya cinco días más o menos que las cosas acá empezaron a "calentarse". Los rebeldes refugiados en Sudán entraron a Chad y empezaron a avanzar hacia N´Djamena (capital del país). Hoy estamos al borde del golpe de Estado y de la guerra entre Chad y Sudán. Los rebeldes están ahora a 15 kilómetros de la capital y ya se enfrentaron, hoy, a 80 km. La gente de acá está asustada y también preocupada. El jueves tuvimos una reunión con todo el equipo nacional antes de empezar nuestras actividades y se discutió si podíamos salir a trabajar o no. Finalmente salimos; fue muy especial tomar la decisión de que íbamos a seguir trabajando y también preparar todo para salir. Mientras cargábamos todo en los autos valoré cada cosa que poníamos para hacer las consultas, los mosquiteros, el aparato para medir la talla a los chicos, la balanza, todas las cosas que llevamos para llegar a la gente de allá. Sentí que el equipo lo hacía con amor, orgullo y valentía. (...) Espero que salga todo bien y que haya la menor cantidad de daño posible.

Me pongo y nos pongo en las manos de mi ángel.


Níger fue un Calcuta más tremendo para Male, porque allí todo dependía de ella. Las cosas no estaban bien en la población, pero ella se sentía más segura para enfrentar la vida mala importada por los occidentales blancos, de los que ella, tan rubia, era exponente. Male los saludaba y ellos le respondían, y así, de a poco, se entabló entre ellos una empatía que rompió las barreras. Eso y los cuidados. Entonces cuenta la historia de una nena de dos años que llegó con su mamá al hospital de campaña con muy bajo peso. La medicaron y la alimentaron y comenzó a salir, hasta que entró en una meseta, muy calladita y como triste. "Le tuvimos que hacer una placa y descubrimos que tenía una tuberculosis severa", dice.

Male explica que los médicos amaban a esa nena, que tenía la mirada de un adulto viejo, cansado, y que cada noche, cuando se iban del hospital, pensaban si la verían con vida al día siguiente. Y salió adelante, vivió, se curó, le dieron el alta y, en medio de la nota, nos regala una foto de la nena que le mandó Soumana. Fourera, tal el nombre de esos ojos africanos que hoy me miran desde la biblioteca de mi casa. "Las madres son mis héroes. Son las que sostienen Africa, porque los hombres generalmente no se hacen cargo de nada; se tiran debajo de un árbol, les pegan, las mutilan cortándoles el clítoris, y antes de ir a la consulta seguro que pasaron por los curanderos, que les quemaron alguna parte del cuerpo para curarlas", dice.

-Parecen reservados.

-Lo son. Tienen un gran culto por el animismo y por sus creencias. A mí me habría gustado aprender de su medicina.

Male tiene los ojos brillantes y la sonrisa se le escapa todo el tiempo de la boca. Es una gran festejadora de la vida y durante la nota cuesta que hable de ella, de lo que le pasó; prefiere referirse a sus nenes de allá y de su Calcuta permanente y de la búsqueda constante para ayudar a los demás.

Aeropuerto Charles De Gaulle, 11 de febrero de 2008

Si Dios quiere mañana llego sana y salva a casa. Espero con ansias el abrazo de mamá. Volver a casa. Este viaje fue volver al hogar, volví a mi propio hogar, a ser yo misma, más libre, más independiente, más humana, sostenida por todo el amor que recibí a lo largo de mi vida, por Dios que es Amor, cuidada en cada detalle.

Sólo tengo palabras de Gracias, y le pido al Tata que no me olvide de lo que aprendí en Africa y en estos 31 años que llevo de vida; y que cuando caiga, porque seguro que voy a meter la pata, no dude en agarrar la mano que va a estar ahí para levantarme y seguir caminando.

Por Alejandra Rey
arey@lanacion.com.ar

Magdalena Goyheneix

Perfil: tiene 33 años, es soltera, médica pediatra e integrante de Médicos Sin Fronteras, "una organización humanitaria internacional de acción médica que asiste a poblaciones en situación precaria, y a víctimas de catástrofes y de conflictos armados, sin discriminación por raza, religión o ideología política", según su propia definición. Egresada de la Universidad de Buenos Aires con un promedio de casi 10 puntos.

De misión: tuvo dos misiones hasta el momento, en Chad y en Níger (Africa). En este último país estuvo a cargo de un hospital donde tuvieron internados a más de 180 niños con desnutrición severa producto de la hambruna.

En estos días: es cristiana, católica, aunque estudia el animismo africano, el islam y el budismo. Tuvo malaria durante su estadía en Africa y debió ser evacuada. Actualmente realiza un curso de perfeccionamiento en el Garrahan, donde, además, trabaja. Está tratando de poner en regla los papeles de su Vespa de 1956 para poder usarla con el casquito rojo con estrellitas. Su único talismán es una figura de un ángel de la guarda, regalo de un amigo.

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