La misión como “misión de Cristo”

Dios nos salva en su Hijo Jesucristo. Jesús es el enviado del Padre; en Él, es Dios mismo el que nos habla en el lenguaje de nuestra carne. Él es maestro y redentor de todos los hombres, Él es el centro de la historia y del universo. Él vendrá de nuevo y será finalmente nuestra plenitud de vida. De su misión nace la Iglesia que con ella se identifica.


1. Misión de Jesucristo Dios envió a su propio Hijo

Jesús de Nazaret, “misionero del Padre”, compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado. En el origen divino de su Fundador y en la asimilación de lo humano se injerta la razón de ser y el horizonte de la naturaleza misionera de la Iglesia. La misión de la comunidad cristiana está entrelazada con la misión de Dios en Jesucristo. El propio significado del nombre de Jesús es su programa: Dios salva. Esta misión, expresión del amor gratuito de Dios, tiene como objetivo recapitular a toda la humanidad en Cristo, realización plena del Reino de Dios. La misión viene de Dios y vuelve a Dios, por Cristo, con Él y en Él.

Incorpora a los discípulos
Jesús envía a sus discípulos para anunciar la Buena Noticia del Reino, es decir, la integración de todos los hombres y mujeres y de todas las cosas en el proyecto de Dios: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Jesús pone a sus discípulos en la órbita de la misión de Dios que es su propia misión: “Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17,18).

2. Identidad de Jesús

Las preguntas
¿Quién es Jesús? ¿Quién es éste que envía a sus discípulos? ¿Quiénes son estos enviados? Es muy importante para comprender la misión conocer la identidad de quien envía. Interrogándonos sobre Jesús, el enviado (“como tú me has enviado...”, Jn 17,18), nos preguntamos por su persona, por su obra, por los objetivos de su misión.

Las respuestas
No hay que ir muy lejos para encontrar respuestas a estas preguntas. Las respuestas nos las dio él mismo y las conservaron las primeras comunidades cristianas en los relatos evangélicos. Jesús se presentó a sí mismo usando denominaciones muy significativas: pan de vida, luz del mundo, vida, buen pastor, puerta, viña, camino, Hijo de Dios. Algunas de las denominaciones van acompañadas de señales: multiplicación de los panes y los peces, curación de un ciego de nacimiento, resurrección de Lázaro; otras nos hablan de una nueva relación: conocimiento profundo, libertad, unidad, comunión y desprendimiento.

Sus propias palabras
Jesús no niega su identidad divina: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,10-11). Identificándose con el pan, y con la vida, Jesús caracteriza su misión como intervención en las pequeñas y grandes cuestiones de los hombres: el hambre, la ignorancia, el pecado y la muerte. Todas estas intervenciones hacen referencia directa a personas concretas: a los hambrientos, a un ciego, a un muerto. Pero para que las señales se entiendan bien él indica claramente las enfermedades estructurales de la sociedad: la estructura de pecado, como repetidas veces nos recuerdan en nuestro tiempo los documentos de la Iglesia.

3. Su misión se prolonga en la historia

La fe de sus discípulos
Los discípulos llegaron gradualmente al conocimiento de que Dios se reveló plenamente en Jesús. Esta revelación es para todos los pueblos. En Jesucristo ellos vieron el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento; en su muerte y resurrección vieron las señales definitivas del comienzo del Reino: la victoria definitiva de Dios sobre el mal y sobre la muerte. Tales señales inequívocas del Reino hicieron surgir las primeras comunidades que formaron la Iglesia naciente. Gracias a la fe, los discípulos llegaron a dejarlo todo para seguirlo, testimoniarlo y anunciarlo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y les anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,1-2).

La experiencia de la Pascua
La fe en la salvación tiene su base en la pasión, muerte y resurrección de Jesús y no en factores subjetivos o circunstanciales. La Iglesia es comunión de personas que están unidas en la experiencia pascual de Jesús, el Señor Resucitado: “Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor” (Jn 20,18); y se encuentran en camino de conversión. Con humildad y coraje la Iglesia debe proclamar esta experiencia a todos los hombres y mujeres. La misión de Jesús se prolonga de este modo en la historia, por lo que podemos hablar de misión de la Iglesia: “Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo... liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación” (Gaudium et Spes 2).

4. El centro de la misión de la Iglesia

Fe en Jesucristo
Así podemos afirmar que la misión cristiana se fundamenta en la fe en Jesucristo: “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio -digo la verdad, no miento- yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad” (1 Tim 2,4-6). Una comunidad es fuerte cuando Jesús dentro de ella es fuerte. Una comunidad marcha unida cuando Jesús está en medio. Una comunidad se extiende cuando anuncia a Jesús. Una comunidad convence y llena cuando es la comunidad de Jesús (Patxi Loidi).

Experiencia de Dios compartida
La Iglesia, y en ella cada cristiano, no puede ocultar ni guardar para sí esta riqueza recibida de la bondad divina para ser comunicada a todos los hombres. Por eso la misión, además de obedecer a un mandato explícito del Señor, deriva también de la exigencia profunda de la experiencia de Dios: “A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3,8-9).

5. Comunidades misioneras

En camino
Las comunidades cristianas que nos transmiten los Hechos de los Apóstoles son comunidades misioneras que tienen un compromiso con la distribución del pan (Mc 6,37), con el reconocimiento de la igualdad del otro como hermano porque somos hijos del mismo Padre, con la escucha de la Palabra, con la oración en común, con la celebración de la Eucaristía, con el combate a la muerte (1 Cor 15,28). Son comunidades misioneras en camino. Son un movimiento en transformación, conversión personal, comunitaria e histórica (Mc 1,15), esperando la transformación definitiva (1 Cor 11,26), hasta que venga el Señor (Ap 22,20).

Inserción de la gracia en lo cotidiano
Tal transformación definitiva emerge de las trasformaciones diarias ya aquí. En las pequeñas transformaciones de cada día se vive ya la transformación definitiva como tarea y don. Se trata de la inserción de la gracia en lo cotidiano, en la sencillez de la vida. Las comunidades misioneras asumen el compromiso con la distribución del pan y la transfiguración del mundo en la celebración de la Eucaristía, que recuerda y sustenta la presencia dinámica de Jesucristo, el amor mayor y universal entre nosotros. En ella saborean anticipadamente la presencia del Reino.

En transformación permanente
La vida de las comunidades misioneras se transforma permanentemente por la presencia de los otros, por los pobres, por los excluidos, por los que sufren. Ellos nos desafían ante las formalidades de nuestra vida y nos fuerzan a caminar hacia la solidaridad y fraternidad, hacia el compartir de la palabra, del pan, del tiempo, de los dones que se poseen. Los discípulos de Emaús encontraron de nuevo su misión al compartir el pan con el Señor resucitado.

6. Abrid las puertas a Cristo

El Papa Benedicto XVI habla de Cristo en su primer mensaje a los jóvenes: “Hoy yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decirles a ustedes, queridos jóvenes: ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abran de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la verdadera vida” (Mensaje a los jóvenes, 24 de abril de 2005).

Para el trabajo personal o en grupo
  1. Ver, juzgar y actuar: una mirada hacia nuestra realidad: casa, barrio, pueblo... el ambiente en el que vivimos, los problemas de la gente, sus tristeza y alegrías, deseos y esperanzas. ¿Cómo testimoniar y anunciar la Buena Noticia de Jesús en esos contextos? ¿Qué prioridades debemos seguir en la acción concreta?
  2. Responder a las siguientes preguntas:
    • ¿Por qué la misión del Hijo y la del Espíritu Santo son inseparables? (Compendio del CEC, n. 137. Cfr. también: n. 9 -la plena y definitiva revelación de Dios-; n. 44 -el misterio central de la fe-; n. 45 -misterio revelado por Jesucristo-; y n. 47 -el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo encarnado-. 
    • ¿Has tenido que decir alguna vez quién es Jesucristo? ¿Qué dijiste?
Desde el testimonio

“Jesús es la Palabra hecha hombre, el pan de vida, la víctima inmolada por nuestros pecados en la cruz; el sacrificio ofrecido en la santa Misa, por los pecados del mundo y por los míos. Jesús es la Palabra, que debe ser proclamada; la verdad, que debe ser dicha; la luz, que debe ser encendida; la vida, que debe ser vivida; el amor, que debe ser amado; la alegría, que debe ser compartida; la paz, que se debe dar; el pan de vida, que se debe comer; el hambriento, que debe ser alimentado; el sediento, que debe ser saciado; el desnudo, que debe ser vestido; el sin casa, que debe ser albergado; el enfermo, que debe ser asistido; el hombre solo, que debe ser amado; el despreciado, que debe ser acogido. Jesús es mi Dios, mi esposo, mi vida, mi único amor, mi todo en todo. Jesús es todo para mí: lo amo con todo mi corazón”. Madre Teresa de Calcuta

Desde la oración

¡Jesucristo, guía y salvador nuestro! Reúne a todos los hombres en un solo pueblo; busca a los que se han perdido; llama a los alejados, y alienta a los desanimados; haz entrar a la humanidad, con todo lo bueno que tiene, en el Reino preparado desde la creación del mundo, para que todos los hombres y mujeres, de todas las lenguas y naciones, unidos en el Espíritu Santo, formemos un solo rebaño con un solo pastor.

P. Francisco Lerma Martínez, imc

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