La Misión como el contexto humano

“He visto la aflicción de mi pueblo..., he oído sus clamores...” (Ex 3,7 ). La misión nace siempre en una situación de opresión y esclavitud en la que Dios interviene para liberar y salvar.




1. Anunciar a los cautivos la libertad.

El Evangelio presenta a Jesús pasando continuamente de una región a otra para llevar la Buena Noticia del Reino y consolar a los tristes, enfermos, pobres, oprimidos, esclavos, excluidos y humillados. El evangelista Marcos nos cuenta que: “Jesús, al desembarcar vio una gran muchedumbre y se compadeció de ellos porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34). Y es más, incluso se estremeció afectivamente por su suerte: “Cuando estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró por ella” (Lc 19, 41).
En su primera presentación pública no dejó dudas sobre la finalidad de su misión. Fue claro sobre su intencionalidad fundamental, declarando sin ambages en la sinagoga: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres; me ha enviado a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista, para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
Jesús se remonta así a los comienzos de la historia del pueblo de Dios, cuando la situación de miseria y esclavitud provoca la intervención liberadora y salvífica de Dios: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído sus clamores a causa de sus capataces, pues conozco sus angustias. Yo he bajado para liberarle de las manos de los egipcios. El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí. Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo de Egipto”. Así nace el pueblo, así nace la misión, en una experiencia de amor profundo y de liberación.

2. El lugar de la misión.

He aquí en la experiencia de Israel toda la grandeza y toda la miseria de las personas. Su vida, su historia hecha de aflicción, de tristezas y de alegrías, de esclavitudes y de libertades. Es el contexto de la misión, ayer y hoy. Hay misión porque existen personas concretas que sufren, oprimidas por incontables fuerzas de mal social, moral y espiritual, que gritan por verse libres de tales ataduras. La opresión que sufre tanta gente todavía hoy, privada de sus derechos más elementales a la vida, a la salud, a la educación, a una vivienda digna; los millones de excluidos en nuestro mundo globalizado en el que los pobres aumentan cada día más y más; el tráfico de personas, la inmigración, el fundamentalismo religioso, los conflictos armados, el analfabetismo, los medios de comunicación. En esos fenómenos humanos y contextos culturales y religiosos es donde la misión encuentra su lugar más apropiado. Todas esas situaciones forman el grito moderno y actualizado de la experiencia del Israel de la Biblia. Es el mundo de la misión hoy. En este sentido, Juan Pablo II ha afirmado que “el hombre es primer y fundamental camino de la Iglesia” (Redemptor Hominis 14); y que “en Cristo todo el camino hacia el hombre es al mismo tiempo camino al encuentro del Padre y de su amor” (Dives in misericordia 1).
Por eso, la misión tiene que partir de la condición concreta que viven las personas, lo que ellas son y sus circunstancias, sin las cuales es imposible llegar a sus intereses vitales. Sin esta condición, el Evangelio no puede ser Buena Noticia para quien sufre las injusticias de nuestro mundo; ni liberación para quien se siente oprimido. La misión es: “para sacar a mi pueblo de Egipto” (Ex 3,10), un pueblo concreto, un Egipto concreto.

3. La urgencia de la misión en nuestros días

El Concilio Vaticano II, por su parte, nos habla de un mundo que Dios ha amado mucho y por el cual Jesucristo ha pagado un alto precio. De esta forma, el mundo moderno aparece al mismo tiempo poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor; pues tiene delante el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio (Gaudium et Spes 9). Nosotros que somos la Iglesia de hoy, los discípulos de Jesús en este tiempo de gracia, debemos escuchar el grito de auxilio de millones de hermanos nuestros que: “padecen hambre y sed de justicia, y se encuentran en las tinieblas y sombras de muerte” (Mt 5, 6; Lc 1, 79); y, al mismo tiempo, mirar hacia la luz recibida, para iluminar esas situaciones con la luz transformadora del Evangelio, como hicieron Moisés y los profetas en el Antiguo Testamento; como hizo Jesús y dijo que hicieran todos los que creyeran en él; y como tantas personas han hecho a través de la historia hasta nuestros días. No podemos cerrar los ojos a tanto mal social, moral y espiritual que nos amenaza y amenaza a tantos hermanos nuestros día a día. La misión es urgente todavía hoy. Juan Pablo II dice que la misión se halla en sus comienzos. Son muchos los espacios geográficos en que todavía no ha resonado la voz del Evangelio; son apremiantes los nuevos fenómenos sociales y los contextos culturales y religiosos carentes de la iluminación liberadora y salvífica de Cristo. El sembrador tiene que salir todavía hoy a sembrar la buena semilla (Mc 4,3) y hacerla crecer. Él nos dice a nosotros: “Id, yo os envío...” (Lc 10,3).

4. Un mundo que cambia

Nos encontramos ante una manera nueva de pensar y obrar, ante una visión diferente del mundo. Realidades nuevas en las cuales vivimos ponen nuevos retos a la misión tradicional fuera de nuestras fronteras. No son nuevas en el sentido estricto de la palabra, pero se nos presentan con mayor urgencia, ya que cada día nos encontramos con personas de otras culturas y experiencias religiosas. El mundo abre nuevos horizontes a la misión. Sin abandonar totalmente el concepto geográfico (antiguamente se hablaba de “países de misión”), la misión hoy se abre a nuevos horizontes: contextos culturales, mundos y fenómenos sociales y áreas culturales. Dos tercios de la humanidad no conocen a Jesús y su Evangelio. El análisis de esta realidad ha llevado a ampliar el criterio geográfico de misión, privilegiando el primer anuncio donde quiera que sea necesario.

5. La misión ad gentes.

A la luz de los recientes documentos de la Iglesia, se puede señalar lo que forma parte del ad gentes hoy:
  • los ámbitos territoriales: es el criterio geográfico tradicional; áreas, mundos y fenómenos no alcanzados por el Evangelio: la urbanización, las migraciones, el mundo de los jóvenes, el mundo de la pobreza;
  • los modernos areópagos: el mundo de la comunicación, el compromiso por la paz y el desarrollo de los pueblos, especialmente de las minorías, la promoción de la mujer y del niño, la protección de la creación, la cultura, la investigación científica y las relaciones internacionales. 
Para reflexionar y compartir
  1. A la luz de Ex 3,7-10 y de Lc 4,18-19, reflexiona sobre los gritos de nuestro tiempo, en tu medio y en el mundo en general. Descubre el contexto humano de la misión hoy.
  2. A partir de Lc 7,18-23, descubre algunas señales de la presencia del Reino de Dios en tu ambiente familiar, parroquial y social.
  3. ¿Podríamos quedarnos indiferentes ante los gritos de nuestros hermanos? ¿Qué podrías hacer ante tales retos?
  4. ¿Qué te sugieren estas palabras: poder, globalización, fundamentalismo, negación de Dios?
Desde el testimonio.
“Solemos admirar a San Francisco Javier, pero nos quedamos en la admiración. En cambio, tenemos la misma vocación religiosa y misionera, ¿por qué no podríamos llegar a ser como él santos y realizar el bien que él realizó? Durante 46 años de vida y diez de misiones fue tan grande e hizo cosas tan buenas que igualó y superó a muchos otros misioneros y llegó a ser considerado el más grande misionero que haya existido después de los apóstoles. Sin embargo soy de la opinión que todos vosotros podríais llegar a ser como él... Todavía hay millones de infieles por convertir” (Beato José Allamano, Conferencias III,662).

Desde la oración
“¡Señor, que me penetre tu mirada sobre todos los miserables y los hambrientos, los sin techo y los explotados! Señor, que por todo el mundo, el grito de los miserables y los abandonados, de los prisioneros y los que están sin esperanza reciban de mi corazón una actitud de respeto, de consuelo y de amor. Que reciban de mi mano el gesto de la ayuda. Y que me atreva a llamar a la puerta de los poderosos para apremiarlos a construir un orden mejor en el mundo” (F. Bécheau).

P. Francisco Lerma Martínez, imc.

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