Pasión y muerte
Si todos deben pensar en la Pasión de Jesús, con más razón los misioneros y misioneras. Meditemos la Pasión del Señor y nuestro corazón se conmoverá. Jesús sufrió por cada uno se nosotros, como si no existiera nadie más. Debemos apropiarnos de la Pasión del Señor, es decir, tratar de que siempre esté presente en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro cuerpo, en nuestro espíritu.
... Crezcan en el amor, fortalézcanse en el espíritu de la Pasión. Lo que más les dará fuerzas cuando estén en las misiones, será precisamente pensar en la Pasión de Jesús. Meditarla los ayudará a comprender su expresión “tengo sed” (Jn 19,28) y encenderá en ustedes el ardor misionero.
Seamos devotos del Crucifijo. ¿Qué es el crucifijo para un misionero? Es “un libro”, “un amigo” y “un arma”. Un libro para leer y meditar, un amigo que consuela y ayuda y un arma muy potente contra el demonio. No basta con llevar el crucifijo, también hay que imitarlo. Nos guste o no, nuestra vida está sembrada de sufrimientos. El secreto está en soportarlos con paciencia, en amarlos e incluso desearlos. Jesús no ha dejado la cruz a mitad de camino; cayó pero se volvió a levantar y siguió hasta el final. Pidámosle que nos dé luz sobrenatural y amor para llevar nuestra cruz detrás de él, sin arrastrarla por obligación.
Nuestra cruz no es pesada como la suya y, si la llevamos unidos a él, en el amor, se vuelve liviana. Es por medio de la cruz que nos santificamos.
La Pasión del Señor nos sostendrá en el cansancio y en los sufrimientos provocados por el apostolado.
Pascua de resurrección
Debemos resucitar en el fervor, ¡ya no moriremos! Apareciéndose a los apóstoles, después de la resurrección, Jesús los saludó deseándoles la paz. Cuando todo está en orden en nosotros y a nuestro alrededor, entonces estamos en paz.
En este tiempo pascual se siente la necesidad de gritar con fuerza: ¡Aleluya! “Este es el día que ha hecho el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él” (Sal 117,24). La alegría es una virtud necesaria; la verdadera del corazón y el espíritu, nunca es demasiada. Estemos siempre alegres, todos los días, todo el año. El Señor ama y prefiere a las personas alegres. Con alegría se vive mejor y más perfectamente. Los quiero alegres. Hay que estar bien de alma y cuerpo.
De Los quiero así, Beato José Allamano
Marcela Ramos, lmc
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