Lectio divina Domingo de Ramos: "Pasión según Marcos".

El evangelista ha dado amplio espacio a los acontecimientos, que se suceden en el espacio de pocos días. Todo lo anterior, instrucciones, milagros y enseñanzas, tenían el propósito de hacernos llegar aquí. Aunque los hechos sean históricos, no son una simple crónica; la preocupación constante es hacernos descubrir la verdadera identidad de Jesús.

1. Lectura y comprensión de la Palabra

Del Evangelio según San Marcos (14,1-15,47):
Faltaban dos días para la fiesta de la pascua y de los panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley andaban buscando el modo de arrestar a Jesús con engaño y darle muerte, pero decían: «Durante la fiesta no; no sea que el pueblo se amotine».
Estaba Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, sentado a la mesa, cuando llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo puro, que era muy caro. Rompió el frasco y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Algunos, indignados, comentaban entre sí: «¿A qué se debe semejante derroche de perfume? Podía haberse vendido a un precio muy alto y haber dado el dinero a los pobres».
Y la criticaban.
Pero Jesús les dijo: «Déjenla. ¿Por qué la apenan? Ha hecho conmigo una buena obra. A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la buena noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho».
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a hablar con los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron al oírlo, y prometieron darle dinero. Por eso buscaba cuál sería el momento oportuno para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos preguntaron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?».
Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y allí donde entre digan al dueño: El Maestro dice: ”¿Dónde está mi sala, en la que voy a celebrar la cena de pascua con mis discípulos?” Él les mostrará en el piso de arriba una sala grande y bien alfombrada. Preparen todo allí para nosotros».
Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron todo tal como Jesús les dijo y prepararon la cena de pascua.
Al atardecer llegó Jesús con los Doce. Y una vez que se acomodaron, mientras cenaban, dijo Jesús: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar, uno que está cenando conmigo.
Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?».
El les contestó: «Uno de los Doce, uno que está comiendo conmigo en el mismo plato. El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo: «Tomen, esto es mi cuerpo».
Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y les dijo: «Esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza derramada por todos. Les aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo: «Todos me abandonarán, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas (Zacarías 13,7). Pero después de resucitar, me encontraré de nuevo con ustedes en Galilea».
Pedro le respondió: «Aunque todos te abandonen, yo no».
Jesús le contestó: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres».
Pedro insistió: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
Y todos decían lo mismo.
Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos: «Siéntense aquí mientras yo voy a orar».
Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir miedo y angustia y les dijo: «Me muero de tristeza. Quédense aquí y velen».
Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba que, si era posible, no tuviera que pasar por aquel momento. Decía: «¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí este cáliz de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
Regresó y los encontró dormidos. Y dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velen y oren para que puedan hacer frente a la prueba; pues el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil».
Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo. Regresó y de nuevo los encontró dormidos, pues sus ojos se cerraban de sueño. Ellos no sabían qué responderle. Regresó por tercera vez y les dijo: «¿Todavía están durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Miren, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Vamos! ¡Levántense! Ya está aquí el que me va a entregar».
Aún estaba hablando Jesús, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él un tumulto de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ése es; arréstenlo y llévenlo bien custodiado».
En cuanto llegó, se acercó a Jesús y le dijo: «¡Maestro!».
Y lo besó.
Ellos se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los presentes sacó la espada y cortó de un golpe la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: «Han salido a detenerme con espadas y palos, como si fuera un bandido. A diario estaba con ustedes enseñando en el templo, y no me arrestaron. Pero es necesario que se cumplan las Escrituras».
Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron. Un joven lo iba siguiendo, cubierto tan sólo con una sábana. Lo detuvieron, pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo.
Condujeron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro lo siguió de lejos hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se quedó sentado con los guardias, calentándose junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y todo el Consejo de Ancianos buscaban una acusación contra Jesús para darle muerte, pero no la encontraban. Pues aunque muchos testimoniaban en falso contra él, los testimonios no coincidían. Algunos comparecieron y dieron contra él este falso testimonio: «Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres».
Pero ni siquiera en esto concordaba su testimonio.
Entonces el sumo sacerdote tomó la palabra en medio de todos y preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿De qué te acusan éstos?».
Pero Jesús callaba y no respondía nada. El sumo sacerdote siguió preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?».
Jesús contestó: «Yo soy, y verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo (Daniel 7,13)».
El sumo sacerdote rasgándose las vestiduras, dijo: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?».
Todos juzgaron que merecía la muerte. Algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole la cara, le daban bofetadas y le decían: «¡Adivina!».
Y también los guardias lo golpeaban.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote. Al ver a Pedro calentándose al fuego, se quedó mirándolo y le dijo: «También tú andabas con Jesús, el de Nazaret».
Pedro lo negó diciendo: «No sé ni entiendo de qué hablas».
Salió a la puerta de la casa, y cantó un gallo. Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos».
Pedro lo negó de nuevo.
Poco después también los otros dijeron a Pedro: «No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo».
Él comenzó entonces a maldecir y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre del que me hablan».
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús: ”Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres”, y se puso a llorar.

Muy de madrugada, se reunieron a deliberar los jefes de los sacerdotes, junto con los ancianos, los maestros de la ley y todo el Consejo de Ancianos; luego llevaron a Jesús atado y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó: «Tú lo dices».
Los jefes de los sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato lo interrogó de nuevo diciendo: «¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan».
Pero Jesús no respondió nada más, de modo que Pilato se quedó extrañado.
Por la fiesta Pilato les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Tenía encarcelado a un tal Barrabás con los revoltosos que habían cometido un asesinato en una rebelión. Cuando llegó la gente, comenzó a pedir lo que solía concederles. Pilato les preguntó: «¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?».
Pues sabía que los jefes de los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia. Los jefes de los sacerdotes incitaron a la gente para que les soltara a Barrabás. Pilato les preguntó otra vez: «¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman rey de los judíos?».
Ellos gritaron: «¡Crucifícalo!».
Pilato les contestó: «Pues ¿qué ha hecho de malo?».
Pero ellos gritaron todavía más fuerte: «¡Crucifícalo!».
Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús para que lo azotaran y, después, lo crucificaran.
Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto rojo y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron. Después comenzaron a saludarlo, diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!».
Lo golpeaban en la cabeza con una caña, lo escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje. Después de burlarse de él, le quitaron el manto rojo, lo vistieron con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo.
Y a un tal Simón, natural de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que al regresar del campo pasaba por allí, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Condujeron a Jesús hasta el Gólgota, que quiere decir lugar de la Calavera. Le daban vino mezclado con mirra, pero él no lo aceptó. Después lo crucificaron y se repartieron su ropa, sorteándola para ver qué se llevaba cada uno.
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Había un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: ”El rey de los judíos”.
Con Jesús crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Los que pasaban por allí lo insultaban, haciendo muecas y diciendo: «¡Eh, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días! ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz!».
Y de la misma manera los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, se burlaban de él diciéndose uno al otro: «¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse! ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!».
Hasta los que habían sido crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el mediodía, toda la región quedó a oscuras hasta las tres de la tarde. A esa hora Jesús gritó con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabaktaní?».
Que quiere decir: Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado? (Salmo 22,2).
Algunos de los presentes decían al oírlo: «¡Está llamando a Elías!».
Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola en una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Vamos a ver si viene Elías a descolgarlo».
Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró.
La cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo. Y el oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
Algunas mujeres contemplaban la escena desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea. Había, además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Al caer la tarde, como era la preparación de la pascua, es decir, la víspera del sábado, llegó José de Arimatea, que era miembro distinguido del Consejo de Ancianos y esperaba el reino de Dios, y tuvo el valor de presentarse a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto tan pronto y, llamando al oficial romano, le preguntó si había muerto ya. Informado por el oficial romano, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro excavado en la roca y tapó la entrada del sepulcro con una piedra.
María Magdalena y María, la madre de José observaban dónde lo ponían.

Palabra del Señor

2. Meditación

Hoy, Domingo de Ramos, conmemoramos la entrada del Señor en Jerusalén. Hemos de estar muy atentos y con el corazón abierto, iniciamos la Semana Santa, ese tiempo impactante y definitivo en la vida de Jesús y también en la nuestra. Jesús sube a Jerusalén y antes de entrar en la ciudad es recibido como Salvador del pueblo. Horas después, los mismos que lo recibían con honores pedirán su muerte y sea liberado Barrabás. El Domingo de Ramos es muchos más que el día en que llevamos ramos benditos a nuestra casa. Es una jornada llena de tensión y reflexionar sobre nuestra actitud ante Jesús, sobre nuestra fidelidad al Señor, sobre nuestras certezas de fe.

Algunas preguntas
  • ¿Qué me ha llamado más la atención en el comportamiento de los apóstoles y en la conducta de las mujeres durante la pasión y muerte de Jesús? Si tú hubieras estado presente, ¿hubieras actuado como los hombres o como las mujeres?
  • ¿Qué es lo que te ha llamado más la atención en el comportamiento de Jesús con respecto a los discípulos en la narración de su pasión y muerte? ¿Por qué?
  • ¿Cuál es el mensaje especial de la narración de la pasión y muerte en el evangelio de Marcos? ¿Has conseguido descubrir las diferencias entre la narración del evangelio de Marcos y los otros evangelios? ¿Cuáles?
3. Oración

Del Salmo 22:
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Mis gemidos están lejos de ti, mi Salvador.
Dios mío, de día clamo y no contestas;
de noche, y no me haces caso.
Tú estás en el santuario, donde te alaba Israel.
En ti confiaron nuestros antepasados, en ti confiaron y tú los libraste;
a ti clamaron y fueron salvados, en ti confiaron, y nunca quedaron defraudados.
Fuiste tú quien me sacó del vientre,
quien me mantuvo a salvo en el regazo de mi madre;
a ti fui confiado desde el seno, desde el vientre de mi madre eres mi Dios.
Anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea:
«los que respetan al Señor, alábenlo;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob, témanlo, descendientes de Israel».

4. Contemplación

«Cristo, por nosotros, se sometió a la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre». (Filipenses 2,8-9)

5. Comunicación y respuesta

> Jesús se “despoja” de su rango divino y toma la condición de esclavo. (Fil 2, 6-11) ¿Qué me dice este gesto de Jesús? ¿Hasta dónde llega mi solidaridad con los pobres?
> ¿Cómo anunciar hoy la cruz del Señor Jesucristo?

Oración final:
Padre nuestro, luego bendición final:

Padre, dirige tu mirada sobre esta Familia tuya, por la cual nuestro Señor Jesucristo no dudó en entregarse a las manos de los verdugos y sufrir el suplicio de la cruz. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



Domingo de Ramos - ciclo B (01/04/2012)


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