24 de marzo… Memoria (parte II).

“Muchos nos sorprenden, piensan que el cristianismo no se debe de meter en estas cosas, cuando es todo lo contrario. Acaban de escuchar en el evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a sí mismo: aquél que se cuide para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige, aquél que quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida. En cambio, al que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere”. Mons. Oscar Romero.


Así comenzaba monseñor Romero su última homilía, el lunes 24 de marzo de 1980, pasadas las cinco de la tarde, en la capilla del Hospital de La Divina Providencia, cuando oficiaba una misa a pedido del periodista Jorge Pinto, entonces propietario y director del periódico El Independiente, en conmemoración del primer aniversario de la muerte de su madre, Sara Meardi de Pinto.

[…] El Concilio Vaticano II dice: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada, una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad de sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre”.

Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde así mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo.

[…] Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección".

Esta es la esperanza que nos alienta a los cristianos. Sabemos que todo esfuerzo por mejorar una sociedad, sobre todo cuando está tan metida esa injusticia y el pecado, es un esfuerzo que Dios bendice, que Dios quiere, que Dios nos exige. Y cuando se encuentra uno, pues, gente generosa como doña Sarita, y su pensamiento encarnado en Jorgito y en todos aquellos que trabajan por estos ideales, hay que tratar de purificarlos en el cristianismo, eso sí, vestirlos de esta esperanza del más allá; porque se hacen más fuertes, porque tenemos la seguridad que todo esto que plantamos en la tierra, si lo alimentamos en una esperanza cristiana, nunca fracasaremos, lo encontraremos purificado en ese reino, donde precisamente, el mérito está en lo que hayamos trabajado en esta tierra.

[…] Yo les suplico a todos, queridos hermanos, que miremos estas cosas desde el momento histórico, con esta esperanza, con este espíritu de entrega, de sacrificio, y hagamos lo que podamos. Todos podemos hacer algo: desde luego un sentimiento de comprensión. Esta santa mujer que estamos recordando hoy, pues, no pudo hacer cosas tal vez directamente, pero sí animando a aquellos que pueden trabajar, comprendiendo su lucha y, sobre todo, orando; y aún después de su muerte diciendo con su mensaje de eternidad que vale la pena trabajar porque todos esos anhelos de justicia, de paz y de bien que tenemos ya en esta tierra, los tenemos formados si los iluminamos de una esperanza cristiana porque sabemos que nadie puede para siempre y que aquellos que han puesto en su trabajo un sentimiento de fe muy grande, de amor a Dios, de esperanza entre los hombres, pues todo esto está redundando ahora, en esplendores de una corona que ha de ser la recompensa de todos los que trabajan así, regando verdades, justicia, amor, bondades en la tierra y no se queda aquí, sino que purificado por el espíritu de Dios, se nos recoge y se nos da en recompensa.

De esta Santa Misa, pues, esta Eucaristía, es precisamente un acto de fe: con fe cristiana parece que en este momento la voz de diatriba se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo, y que en ese cáliz el vino se transforma en la sangre que fue precio de la salvación. Que este cuerpo inmolado y esta Sangre Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña Sarita y por nosotros.

En ese momento, mons Romero comenzaba a preparar la mesa para la consagración cuando recibió el disparo del francotirador.


Al igual que para el pueblo salvadoreño y latinoamericano en general, el 24 de marzo es un fecha especial para los argentinos por nuestra propia historia reciente. Entre tanto manoseo político y mediático a palabras como memoria, verdad y justicia, me surgió la necesidad de encontrar respuestas a ciertos interrogantes. ¿Cómo debemos reaccionar, como laicos comprometidos miembros de la Iglesia, ante hechos como los que vivió nuestro país treinta años atrás? ¿Qué papel debemos asumir como misioneros, ante situaciones como aquellas? ¿Qué significan memoria, verdad y justicia, desde una perspectiva más evángelica que histórica, más por el lado de la fe que por el lado del diccionario? Así que me puse a bucear por la web. Y navegando casi sin rumbo, me topé de casualidad –sí, por una de esas “coincidencias”- con un enlace que referenciaba a “monseñor Romero”. Conociendo un poco su historia, entré en la página para descubrir cuál era la relación entre el Día de la Memoria y monseñor Romero y, para mi asombro, me enteré que, desde el 2011, el 24 de marzo es el Día Internacional para el Derecho a la Verdad en relación con las Violaciones Graves de los Derechos Humanos y para la Dignidad de las Víctimas, declarado por la Organización de las Naciones Unidas, entre otras cosas, en reconocimiento a los valores de Monseñor Romero y su dedicación al servicio de la humanidad (resolución de la 71ª sesión plenaria del 21/12/2010).

Feliz “coincidencia”.

Sin dudas que no se agota en estos dos artículos toda la obra y el pensamiento de monseñor Oscar Romero. Quiera Dios que su testimonio, nos ayude a crecer en nuestra misión de dejar de ser simples anunciadores de la Buena Noticia, para ser verdaderos portadores del Evangelio. Como dice San Alberto Hurtado, “ser otros Cristos”.

Marcos Valdez, lmc


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